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El pintor de silencios

La pintura de E. Hopper (1886-1960) atrae a primera vista. Uno no sabe bien porqué, pero el magnetismo de su obra ha hecho de él el mejor, o al menos, el más popular, pintor americano del siglo XX. Muchos piensan que no pintaba bien, otros que no supo reflejar las tendencias de la pintura moderna del siglo pasado, otros, que no era universal. Pero todos coinciden que no es un pintor que deje al espectador indiferente. Podemos contemplar estos días en el Museo Thyssen la exposición más amplia de Hopper que se ha hecho en Europa, y se ha convertido en uno de esos acontecimientos culturales que no hay que perderse si uno está este verano por Madrid hasta el 16 de septiembre.

Hopper era un ser callado, tímido, con mucho sentido del humor pero poco sociable. No hablaba prácticamente nunca de sí mismo ni de su obra, ni de casi ningún tema. El éxito le llegó tarde, a los 43 años, pero fue rápido y duradero. Trabajó intensamente con su mujer, también pintora y eterna compañera, de no siempre fácil convivencia. Siempre trabajó en su mismo estudio de Nueva York en Washington Square hasta el final de su vida. Dedicaba mucho tiempo a cada uno de sus cuadros y los rectificaba una y mil veces. Le apasionaba la literatura, el teatro, los viajes y la vela.

Los cuadros de Hopper tienen pocos personajes. Con frecuencia, estos personajes no son humanos. Las casas, las vías de tren, las gasolineras, los puentes y los paisajes urbanos o de costa se convierten por los pinceles de Hopper en personajes expresivos de una visión muy personal de la realidad. Hopper pintaba escenas poco románticas, cotidianas, de lugares poco atractivos, vulgares...






Pero hay determinados personajes que siempre están en los cuadros de Hopper. Uno de ellos, quizá el principal, es el Silencio. Los personajes de Hopper, como su autor, apenas se relacionan salvo con ellos mismos, todos meditan, y sin hablar nos cuentan muchas cosas. El siguiente personaje omnipresente es la Luz, cegadora, natural o artificial, pero siempre difundiendo un mensaje, marcando una diferencia con las sombras. Otro de los personajes presentes de los cuadros de Hopper es el Misterio. Las escenas de Hopper son un enigma lanzado al espectador. ¿Qué piensan sus personajes? ¿ qué es lo que va a pasar después? Hay algo que no se explica que añade tensión al cuadro y que deja siempre una pregunta abierta... Y por último yo diría que el otro gran personaje de Hopper es la Simplicidad. No existen los detalles en sus cuadros. No hay nada que nos separe del mensaje que nos quiere transmitir. Nada superfluo, nada gratuito, ninguna concesión a la galería...

Hopper es un pintor personalísimo que se diferenció por su originalidad de los pintores de su época sometidos a modas y tendencias. Pese a su fascinación de juventud por París, no siguió, aparentemente, las tendencias vanguardistas de la pintura moderna. Tampoco siguió las tendencias nacionalistas de la pintura norteamericana, pese a los temas de sus cuadros. Y sin embargo, escogió un poco de todos para crear su propio modo de plasmar la realidad único e inconfundible, sin apartarse de la figuración, del realismo.

Decía Hopper que no tenía ningún sentido justificar el arte por el arte, si no que la labor del artista era alcanzar el arte a través de la vida. Por eso, el artista debía abrirse a la realidad y reflejar en su obra el impacto de la realidad en el hombre de manera intransferible y verdadera, sin esteticismos ni academicismos. Ser fiel a la realidad y a su impacto en el yo. El Yo, con mayúsculas.



Mirar la realidad como si fuera la primera vez que la viéramos, y por tanto, llena del silencio que nos produce la contemplación de las cosas que no dependen de nosotros y que nos asombran por su belleza e inconmensurabilidad. El dialogo con la realidad, con cualquier realidad, hasta la aparentemente menos bella, que nos responde de modo misterioso y nos deja meditabundos, que nos dejan en silencio...

Ese es el atractivo de Hopper, que lo hace único, que lo hace actual cien años después de sus primeras pinturas. Un pintor imprescindible, un artista que nos dejó su visión de la realidad de una manera única. No se te ocurra perdertelo...




La aventura del espacio (A human adventure)

“Nos hiciste, Señor, para Ti y nuestro corazón estará inquieto hasta que descanse en Ti”  (San Agustín)

Hay un debate clásico en el mundo de la cultura, que afecta especialmente al cine pero también a la literatura, sobre la conveniencia de conocer cualquier obra cultural siempre en su idioma original. El debate tiene dos extremos; en uno está la conveniencia de las traducciones y los doblajes para poner al alcance de la mayor cantidad posible de público cualquier obra cultural. En el otro extremo está la imposibilidad de que lo que un artista expresa en un idioma pueda ser transferido de forma fiel a otro, en esta postura el traductor ejerce de traidor. Este debate llega ahora a un escenario insospechado en el título de la estupenda exposición de la NASA que puede verse en la Casa de Campo de Madrid. El título original elegido por la NASA para la exposición es “A human adventure”, sin embargo, en su traducción española, ha acabado convertido en “La aventura del espacio”. De esta manera una exposición que habla de una de las características elementales de cualquier ser humano, la pasión por la exploración y por el conocimiento, pasa a ser una exposición para interesados en la aventura espacial… una lástima.





Al titular esta exposición como “A human adventure” la NASA pone sobre la mesa una verdad evidente, el ser humano tiene dentro de su corazón una necesidad irreductible de ir más allá de los límites que cada época de la historia le pone delante, explorar es por tanto una aventura “humana” en el sentido estricto del término. Hace cinco siglos los marinos que cruzaban el Atlántico en frágiles barcos de madera hacían testamento antes de embarcarse, conscientes de que en esa empresa se jugaban la vida, y en efecto muchos la perdían. Hace un siglo eran los exploradores polares los que soportaban condiciones inhumanas para alcanzar lugares que no hubiera pisado ningún hombre antes que ellos, y muchos morían en el intento. Del mismo modo, los astronautas que fallecieron en el programa Apollo, en el Challenger o en el Columbia eran conscientes de los riesgos que asumían y aún así decidieron participar en esos viajes que les costaron la vida.
 
Cada época tiene sus desafíos y siempre hay seres humanos dispuestos a jugarse la vida por aceptarlos. En apariencia, detrás de estos retos está, según la época, la apertura de rutas comerciales, la expansión territorial de los países o la lucha por la hegemonía política. Sin embargo, para cada hombre que participa en ellos, estos retos suponen un intento de satisfacer las preguntas y los deseos últimos de su condición humana, y por satisfacer esa necesidad muchos aceptan jugarse la vida.

Sería fácil pensar que esta exposición es solo una propuesta para aquellos interesados en la exploración espacial. Sin embargo, este momento la profunda crisis económica y social que padecemos nos pone frente a algunas preguntas clave. ¿Qué sacará adelante a nuestras sociedades? ¿Debemos centrar toda la energía creativa de los seres humanos en aquello que es práctico y útil desde el punto de vista económico? ¿Tiene sentido ocupar nuestro tiempo y nuestro esfuerzo en tareas sin aparente utilidad? La exploración del espacio es denostada por muchos como una actividad inútil y cara que consume recursos que podrían ser usados para necesidades más básicas de la humanidad. Frente a este planteamiento, otros argumentan como beneficios de esta actividad los desarrollos tecnológicos indirectos que se derivan de ella. De esta manera acabamos defendiendo los viajes a la Luna por el invento del teflón o del horno de microondas…
 
No obstante, la única defensa posible de ésta y de cualquier otra exploración que el ser humano acomete es el hecho de que dejaríamos de ser humanos si dejáramos de responder a lo que nuestro corazón exige. De una manera misteriosa, dentro de nosotros está grabada la necesidad de seguir buscando y cada generación necesitará fijar su vista en nuevos territorios inexplorados en la esperanza de que allí se encuentren las respuestas que su humanidad exige.


 


La carretera (The road). Cormac McCarthy 

La novela La carretera (The road), de Cormac McCarthy, relata el viaje desesperado de un padre y un hijo por un mundo moribundo en un futuro inquietante a lo largo de una carretera camino al mar.

El espíritu de supervivencia domina a un padre que, frente a toda posibilidad de éxito, sigue caminando y protegiendo a su hijo del inmeso caos en que se ha convertido el mundo tras un desastre que lo ha transformado en un yermo lugar de barbarie.

El relato es angustioso, pero a través de él surgen como llamaradas destellos de la verdadera humanidad sin la cual el hombre se convierte en animal. La inocencia de un niño, su deseo por entender y salvar lo que de bueno tiene el mundo sorprenden a su padre y al lector, cegados por la imperiosa necesidad de seguir viviendo. Pero ¿qué es la vida sin piedad?,  ¿qué es la vida sin una razón por la que vivir?, ¿qué es la vida si no hay a quien entregársela?

El niño nunca se resiste a abandonar la idea de que los buenos siguen existiendo, de que ellos llevan el fuego que volverá a alumbrar al mundo y que determinadas reglas no pueden saltarse, ni siquiera para salvar la propia vida. Cuando todo ha caído y nada parece que pueda volverse a levantar, el corazón del hombre descubre la materia de la que está hecho y no deja de luchar. No podemos dejar de portar ese fuego interior sin el cual ninguna civilización o relación puede mantenerse.

Libro muy recomendable, del que se ha sacado una película,  que no nos deja mucha escapatoria para dejar de reflexionar sobre cuestiones como de qué estamos hechos y si tendríamos el coraje de seguir siendo hombres cuando todo confabulara en contra de esa posibilidad. Aunque extremo el mundo concebido en "La Carretera", tiene rasgos de nuestro propio mundo, donde la naturaleza y mucha parte de nuestra sociedad decae ante la perversidad humana, donde encontrarse con hombres verdaderos se convierte cada vez más en un verdadero acontecimiento...


- ¿Eres muy valiente?
- Regular.
- ¿Qué es lo más valiente que has hecho?  

Escupió en la carretera una flema sanguilonienta.
- Levantarme esta mañana, dijo.